viernes, 18 de noviembre de 2016

Genaro

Cuando Genaro se acerca a la gente, nadie lo escucha. Y no los culpo, es raro que alguien se quite sus audífonos para darle el tiempo a un desconocido, más aún si ese desconocido tiene una apariencia descuidada y huele no tan bien.

Yo iba hacia mi casa en la 212 y en el metro Macul este sujeto, Genaro, se sube sin pagar el pasaje y mendiga palabras a todos los pasajeros. Yo me encontraba al final, en esos asientos donde todos evitan sentarse, mientras más solo estés en la micro, mejor. Iba cantando mentalmente y haciendo mi mejor imitación del gran Lemmy moviendo mis dedos a más no poder. Pero algo de Genaro me llamó la atención, no pedía plata, no entregaba calendarios ni mensajitos de Dios, solo pedía unos minutos de atención. Este interés hizo que me quitara los audífonos y lo saludara cuando se sentó a mi lado. Como si fuese un alivio, como si mi “Hola” fuese todo lo que el necesitaba, Genaro empezó a llorar. Al principio me costó reaccionar, luego traté de calmarlo. De aquí en adelante solo vi brillo en sus ojos, Genaro estaba feliz, feliz de que alguien lo escuche y trate de consolarlo. Le conté de mi vida como para cambiar de tema, pero el volvió a llorar, me dijo que estaba triste por su depresión, su familia y su amor fallido. Me nombró una Susana, una Margarita y un Manuel, según él, las personas que más amaba en la vida. Me pidió consejos para vivir, un hombre adulto con un leve retraso y depresión me pidió consejos de vida. Yo sentí susto, porque en mis veinte años de vida solo le había dado consejos a amigos de mi edad, pero naturalmente comencé a hablar y él escuchó. Escuchó y lloró, escuchó y sonrió, escuchó y agradeció. Lo único que necesitaba Genaro era alguien que, sin saber muy bien que decir, le dijera algo. Alguien que se diera el tiempo de escucharlo, alguien que no lo juzgara por su hedor, su apariencia o su enfermedad. Afortunadamente ese alguien fui yo, y Genaro me agradeció todo el viaje, pero realmente el que debe agradecer soy yo.

                                                                                                                                                                                                                
  Gracias Genaro.

  

jueves, 17 de noviembre de 2016

Noches latinas del 2000


Tranquila noche, baña calma los recuerdos del ayer,
de las 9 pm como algo tarde, del horario prime como algo lejano,
tranquilo el recuerdo pacífico, fluye, rauda y sin forma,
contempla el ahora como el ayer en la retina, nostalgia.

Ligera ropa en los cuerpos con tiempo de las madres, que ayer, ahora
pasean sus espíritus calmos y envueltos en la noche latina, veraniega y con
la luz cálida, el poste gastado y el sonido constante, noche de vehículos ruidosos
y envueltos en estelas blancas y rojas, amarillas quizás, mías por lo demás.

Tranquila es la noche, hoy, ayer y mañana, mientras existan las luces cálidas y las estelas de colores, mía será la nostalgia por las noches latinas veraniegas acumuladas,
por el horario prime en una casa diferente, gastado el poste junto a un rayado, y yo mirando
a través de la reja, la noche avanzar.

Dos poemas violentos


MAR  Y SANGRE

A madrugada en Varsovia suena el navío
Puñales de Torquemada y sonetos  fríos
En un terco mareo ahoga la muerte
El porvenir se escapa, nos deja el presente

Despega sus alas de ámbar carcomido
Cae en el pecho del mundo dormido
De cabeza y de frente al tridente mustio

Cardúmenes verdes en su piel de cera
Frágil soslayo que aturde a cualquiera
Se acaba la espuma y se izan las velas
Lo dejan atrás para escribir la novela

Allá va
El penoso marino que retó a Artemisa
Sin pan en la boca buscó la dicha
Nadando tranquilo
En un mar sin brisa



ASALTO  EN LA DISCO

Un pendejo arrepentido llora en la cuneta
Entre charcos de­­­­ sangre y botellas sin cuello
Se aprieta la estocada mientras revisa su celu
Luces inciertas a los ojos congestionados y puros
Mezcla de la noche difuminada
Entre los últimos besos
Sabor bilis sabor sexo




El Centro


Gente de terno y falda larga sale de la esquina, un poco más al centro un grupo de jóvenes discuten si comprar cerveza o comida. Un pequeño local vende pequeños papeles a pequeños sujetos. El destino de esos papeles es bien sabido; arder a combustión lenta. Giro mi cabeza y veo como gente entra y sale de la municipalidad. Lo tragicómico es que nunca he visto entrar ni salir a quien corresponde. Al costado de la municipalidad veo gente pasar, persignándose al caminar por fuera de la casa de Dios, rara vez entran. Y sí, el mismo Dios que la gente de terno y falda larga acababa de adorar. Me aburrí de observar, el hambre asecha. Pido permiso a los skaters y amigos raperos al costado de la pileta. Mi salvación se encontraba unos metros más al centro, Pablito y sus papas fritas seguían ahí.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Carrete genérico

Aquella noche en la que las cervezas eran tibias y el tabaco escaso, Fernando Romero buscó la libertad. Se abrió paso entre los familiares alcoholizados que miraban en suspenso, subió la escalera mitad madera, mitad fierro y se asomó por la ventana del dormitorio principal. Contempló desde la altura las cenizas que ascendían, casi danzando, de la parrilla que se ahogaba entre los rostros sorprendidos, pero aturdidos por la yerba, de sus amigos. Miró el cemento, cerró los ojos y el gordo Alberto interrumpió su trance: Deja de dar jugo weón oh.
­­Ya acomodado entre quienes lo había visto salir espantado hace menos de cinco minutos sin razón aparente, miró la calle por un largo rato. Seguía allá arriba, lo miraba todo desde arriba, triste y desahuciado.
Patricia la tía del dueño de casa que compartía en la embriaguez del momento, también miraba distante, sentía lo que Fernando sentía. Con el vodka en la mano y los ojos perdidos trataba de seguir la conversa. Fernando pareció volver en si cuando ella le ofreció fuego a aquel cigarro que había sacado al sentarse. Te entiendo. Sus ojos brillantes y cansados lo conmovieron y sus manos, ásperas y huesudas, pero llenas de elegancia, condujeron su mirada desde el vaso frío que posaba en su rodilla imperante hasta sus labios delgados y seductores. Tomó una bocanada de humo antes de sacar las palabras: No hay mucho que entender.
El gordo, que ya se había perdido en el trago, bromeó entre los demás con lo ocurrido, Fernando, que comenzaba a recuperar el color, intentó reír y culpar al copete por sus actos. La Paty volvió a la parrilla, se sentó en una banca y permaneció en silencio por el resto de la velada.
A eso de las 5 y media todos fueron a acostarse. Camila y Rodrigo culiaban como si no hubiera mañana a vista y paciencia de Fernando quien, sentado en un sillón de almohadones duros y tapado a penas con su chaqueta de mezclilla no dejaba de pensar en Patricia. El gordo Alberto roncaba, Felipe y Martina cuchicheaban en la pieza de la hermana de José, quejándose seguramente de los orgasmos que retumbaban en la quietad de la madrugada. Arriba los familiares de José, el cumpleañero, debían percibir algo del placer adolescente que se fulminaba con fuerza y bravura frente al suicida fracasado. No obstante no hubo ningún reclamo.
Borracho y sin poder conciliar el sueño Fernando decidió irse. Ya eran las seis, deben estar pasando micros. Se levantó de improviso y se puso la chaqueta. La pareja que humeaba entre un tumulto incoherente de sacos de dormir, sostenes, pantalones y calcetas pegó un salto automático y agresivo: ¿Estabai despierto? Preguntó Rodrigo con aire de pedantería y desgano. Fernando no atinó ni siquiera a sonreírle por cortesía y buscó la puerta en la penumbra. Salió y al asomarse al patio delantero divisó la espalda de Patricia, en la misma posición en la que estaba cuando se fue a acostar. La vista perdida en las brasas que se consumían en el rocío del domingo, con un Pallmall en la mano que se acababa sin encontrar pulmones que contaminar. Fernando se acercó lento, pero seguro pensando como la besaría al verla de frente. Se sacudió el pelo y se refregó la cara con el antebrazo. ¿Estás bien? Hace frío. Los ojos de la mujer, hinchados y marchitos refulgieron por un instante infinito al encontrar los ojos lagañosos del joven. Posó su mano derecha en la mejilla de Fernando, con una sutileza que lo hizo estremecer. Eres tan lindo. Él sin pensarlo dos veces se abalanzó a su boca, quedando detenido por los dedos de Patricia, que al frenar los labios del adolescente lo contagiaron de un frio supremo e imperturbable, apaciguando brutalmente el libido desaforado que entre la resaca, la depresión y el sueño, quemaba como el mismo infierno a Fernando.
-No seas tontito, no quieres besarme-
El joven parecía haberse congelado, su llama interior, su malestar y vacío habían encontrado consuelo. Se sentía como un témpano solitario en un mar próximo al desierto blanco que por mala suerte o fortuna fue estrellado por una embarcación de turistas, rompiendo su condena de aislamiento eterno, para por fin descansar en el fondo marino al precio único de las vidas de los gringos del barco. Todos ganan, un final digno de James Cameron. Pero claro, él no era Dicaprio.
No atinó a decir palabra alguna y lloró hasta deshacerse en la falda de Patricia. Ya mi niño lindo, no se guarde nada. Acariciándole la cabeza con suavidad soltó algunas lágrimas, imperturbable antes los gritos frenéticos y penosos de Fernando no se percató que la casa entera había despertado y que desde ventanas y puertas todos observaban la conmovedora escena. Rodrigo y Camila estaban abrazados en el dintel de la puerta por donde Fernando había escapado. Nadie entendía exactamente lo que estaba ocurriendo, ni siquiera los protagonistas. No obstante el único que se atrevió a hacer algo fue el gordo, emputecido, con una caña del demonio y colérico como era su costumbre se acercó tambaleando a la señora y su amigo que se mantenían petrificados junto a la parrilla.
-¿Por qué llorai maricón culiao? ¿No vei que estamos durmiendo? ¿Por qué chucha no te vai a wear a tu mamita mejor?-
-Déjalo Alberto-
-No se meta señora, si a este mariconcito le gusta el show y ya me tiene chato. ¿Me escuchaste?-
El gordo empujó a Fernando con rabia y con fuerza desmedida. Fernando cayó al suelo y mientras lloraba intentaba taparse la cara. Patricia se paró e intentó detener a Alberto que comenzaba a patear a Fernando en las costillas. El gordo la alejó con el codo golpeándola fuertemente en el estómago, Patricia perdió la estabilidad y botó la parrilla, dejando caer las brasas sobre el rostro de Fernando. Fue en ese momento cuando el resto de los presentes reaccionaron, viendo a Fernando llorar por primera vez en la noche por una razón coherente, no por sus mariconadas habituales. Un dolor físico, latente y comprensible, una verdadera razón para sentirse mal. Sabían que los fantasmas melancólicos y flagelantes que habitaban los pensamientos del joven no tenían cabida en esa casa de fiesta. Así como tampoco en ningún otro lugar del universo, no lo comprendían, ni les interesaba hacerlo ¿Perder energías en un melodramático que ni siquiera tenía el coraje para matarse? No, la vida se acaba y el carrete se escapa, los sentimientos mejor los dejamos en casa.


FIN.