Aquella noche en la que las cervezas
eran tibias y el tabaco escaso, Fernando Romero buscó la libertad. Se
abrió paso entre los
familiares alcoholizados que miraban en suspenso, subió la escalera
mitad madera, mitad fierro y se asomó por la ventana del dormitorio
principal. Contempló
desde la altura las cenizas que ascendían, casi danzando, de la parrilla que
se ahogaba entre los rostros sorprendidos, pero aturdidos por la yerba, de sus
amigos. Miró el cemento, cerró los ojos y el
gordo Alberto interrumpió
su trance: Deja de dar jugo weón oh.
Ya acomodado entre quienes lo había visto salir
espantado hace menos de cinco minutos sin razón aparente, miró la calle por un
largo rato. Seguía
allá arriba, lo
miraba todo desde arriba, triste y desahuciado.
Patricia la tía del dueño de casa que
compartía en la
embriaguez del momento, también miraba distante, sentía lo que Fernando
sentía. Con el vodka
en la mano y los ojos perdidos trataba de seguir la conversa. Fernando pareció volver en si
cuando ella le ofreció
fuego a aquel cigarro que había sacado al sentarse. Te entiendo. Sus
ojos brillantes y cansados lo conmovieron y sus manos, ásperas y
huesudas, pero llenas de elegancia, condujeron su mirada desde el vaso frío que posaba en
su rodilla imperante hasta sus labios delgados y seductores. Tomó una bocanada de
humo antes de sacar las palabras: No hay mucho que entender.
El gordo, que ya se había perdido en el
trago, bromeó entre los demás con lo
ocurrido, Fernando, que comenzaba a recuperar el color, intentó reír y culpar al
copete por sus actos. La Paty volvió a la parrilla, se sentó en una banca
y permaneció en silencio por
el resto de la velada.
A eso de las 5 y media todos fueron a
acostarse. Camila y Rodrigo culiaban como si no hubiera mañana a vista y
paciencia de Fernando quien, sentado en un sillón de almohadones duros y tapado a
penas con su chaqueta de mezclilla no dejaba de pensar en Patricia. El gordo
Alberto roncaba, Felipe y Martina cuchicheaban en la pieza de la hermana de José, quejándose seguramente
de los orgasmos que retumbaban en la quietad de la madrugada. Arriba los
familiares de José,
el cumpleañero, debían percibir algo
del placer adolescente que se fulminaba con fuerza y bravura frente al suicida fracasado.
No obstante no hubo ningún
reclamo.
Borracho y sin poder conciliar el sueño Fernando decidió irse. Ya eran
las seis, deben estar pasando micros. Se levantó de improviso y se puso la chaqueta.
La pareja que humeaba entre un tumulto incoherente de sacos de dormir,
sostenes, pantalones y calcetas pegó un salto automático y agresivo:
¿Estabai despierto? Preguntó Rodrigo con aire de pedantería y desgano.
Fernando no atinó
ni siquiera a sonreírle
por cortesía y buscó la puerta en la
penumbra. Salió y al asomarse al
patio delantero divisó
la espalda de Patricia, en la misma posición en la que estaba cuando se fue a
acostar. La vista perdida en las brasas que se consumían en el rocío del domingo,
con un Pallmall en la mano que se acababa sin encontrar pulmones que
contaminar. Fernando se acercó lento, pero seguro pensando como la
besaría al verla de
frente. Se sacudió
el pelo y se refregó
la cara con el antebrazo. ¿Estás bien? Hace frío. Los ojos de la
mujer, hinchados y marchitos refulgieron por un instante infinito al encontrar
los ojos lagañosos del joven.
Posó su mano derecha
en la mejilla de Fernando, con una sutileza que lo hizo estremecer. Eres tan
lindo. Él sin pensarlo
dos veces se abalanzó
a su boca, quedando detenido por los dedos de Patricia, que al frenar los
labios del adolescente lo contagiaron de un frio supremo e imperturbable,
apaciguando brutalmente el libido desaforado que entre la resaca, la depresión y el sueño, quemaba como
el mismo infierno a Fernando.
-No seas tontito, no quieres besarme-
El joven parecía haberse
congelado, su llama interior, su malestar y vacío habían encontrado consuelo. Se sentía como un témpano solitario
en un mar próximo al desierto
blanco que por mala suerte o fortuna fue estrellado por una embarcación de turistas,
rompiendo su condena de aislamiento eterno, para por fin descansar en el fondo
marino al precio único
de las vidas de los gringos del barco. Todos ganan, un final digno de James
Cameron. Pero claro, él
no era Dicaprio.
No atinó a decir palabra alguna y lloró hasta deshacerse
en la falda de Patricia. Ya mi niño lindo, no se guarde nada. Acariciándole la cabeza
con suavidad soltó
algunas lágrimas,
imperturbable antes los gritos frenéticos y penosos de Fernando no se percató que la casa
entera había despertado y que desde ventanas y puertas todos observaban la
conmovedora escena. Rodrigo y Camila estaban abrazados en el dintel de la
puerta por donde Fernando había escapado. Nadie entendía exactamente lo que
estaba ocurriendo, ni siquiera los protagonistas. No obstante el único que se
atrevió a hacer algo fue el gordo, emputecido, con una caña del demonio y
colérico como era su costumbre se acercó tambaleando a la señora y su amigo que
se mantenían petrificados junto a la parrilla.
-¿Por qué llorai maricón culiao? ¿No vei que
estamos durmiendo? ¿Por qué chucha no te vai a wear a tu mamita mejor?-
-Déjalo Alberto-
-No se meta señora, si a este mariconcito le
gusta el show y ya me tiene chato. ¿Me escuchaste?-
El gordo empujó a Fernando con rabia y con
fuerza desmedida. Fernando cayó al suelo y mientras lloraba intentaba taparse
la cara. Patricia se paró e intentó detener a Alberto que comenzaba a patear a
Fernando en las costillas. El gordo la alejó con el codo golpeándola fuertemente
en el estómago, Patricia perdió la estabilidad y botó la parrilla, dejando caer
las brasas sobre el rostro de Fernando. Fue en ese momento cuando el resto de
los presentes reaccionaron, viendo a Fernando llorar por primera vez en la
noche por una razón coherente, no por sus mariconadas habituales. Un dolor
físico, latente y comprensible, una verdadera razón para sentirse mal. Sabían
que los fantasmas melancólicos y flagelantes que habitaban los pensamientos del
joven no tenían cabida en esa casa de fiesta. Así como tampoco en ningún otro
lugar del universo, no lo comprendían, ni les interesaba hacerlo ¿Perder
energías en un melodramático que ni siquiera tenía el coraje para matarse? No,
la vida se acaba y el carrete se escapa, los sentimientos mejor los dejamos en
casa.
FIN.